jueves, 30 de julio de 2009

Espantapájaros


Abandoné las carambolas por el calambur, los madrigales por los mamboretás, los entreveros por los entretelones, los invertidos por los invertebrados. Dejé la sociabilidad a causa de los sociólogos, de los solistas, de-los sodomitas, de los solitarios. No quise saber nada con los prostáticos. Preferí el sublimado a lo sublime. Lo edificante a lo edificado. Mi repulsión hacia los parentescos me hizo eludir los padrinazgos, los padrenuestros. Conjuré las conjuraciones más concomitantes con las conjugaciones conyugales. Fui célibe, con el mismo amor propio con que hubiese sido paraguas. A pesar de mis predilecciones, tuve que distanciarme de los contrabandistas y de los contrabajos; pero intimé, en cambio, con la flagelación, con los flamencos.

Lo irreductible me sedujo un instante. Creí, con una buena fe de voluntario, en la mineralogía y en los minotauros. ¿Por qué razón los mitos no repoblarían la aridez de nuestras circunvoluciones? Durante varios siglos, la felicidad, la fecundidad, la filosofía, la fortuna, ¿no se hospedaron en una piedra?

¡Mi ineptitud llegó a confundir a un coronel con un termómetro!

Renuncié a las sociedades de beneficencia, a los ejercicios respiratorios, a la franela. Aprendí de memoria el horario de los trenes que no tomaría nunca. Poco a poco me sedujeron el recato y el bacalao. No consentí ninguna concomitancia con la concupiscencia, con la constipación. Fui metodista, malabarista, monogamista. Amé las contradicciones, las contrariedades, los contrasentidos... y caí en el gatismo, con una violencia de gatillo.

Oliverio Girondo

lunes, 6 de julio de 2009

La poesía se hace en el lecho como el amor
Sus sábanas deshechas son la aurora de las cosas
La poesía se hace en los bosques
Tiene todo el espacio que necesita

Andre Breton

Cumpleaños número 102

La cocina

La cocina desaparece detrás del pasillo, se derrite en vapores salados, se desgrana en espesos guisos que danzan gozosos dentro de ollas multitudinarias, se satura hasta chorrear humedad espesa, que empaña de sazón los vidrios. La cocina desfila altanera en ollas de barro que revolotean las alturas. Se embebe en la misma salsa picante que hace erupción dentro de las inmensas cazuelas. Del otro lado del pasillo se cuece un mundo fértil de sabrosa consistencia.

Yo estoy aquí, de este lado del pasillo, que como linde cruel anuncia coarta desmiembra sella delimita la mordaz prohibición.

Y las mujeres de tez curtida, rodeadas de caldos opacos; de estómagos lánguidos engañados a fuerza de guisados pantanosos, lo saben. Por eso la veta a este laboratorio de pobres manjares: por los gritos caldeados, por el calor abrasante fluyendo sobre mis cortos brazos. Por eso el pasillo ruin me relega a agria espectadora, por eso la negativa, por ese mundo fértil derritiéndose ardiente sobre mi, por el liquido untuoso carcomiendo la piel, lamiendo las facciones derretidas fundidas entre si, con el aceite burbujeante, con el calor, y con la prohibición .

Y las mujeres de rictus crudo y arrugas hondas lo saben, por eso estoy aquí arrinconada de este lado del pasillo, por que me vieron con sus ojos descreídos, y sus manos translucidas encorvadas por los años: vieron a ese torrente graso vertiéndose febril sobre mi cuerpo, vieron mi menuda silueta diluyéndose bajo óleo abrasador. Por eso estoy aquí, del otro lado del pasillo, del otro lado del aceite burbujeante, del otro lado del calor, del otro lado de la prohibición.