lunes, 6 de julio de 2009

La cocina

La cocina desaparece detrás del pasillo, se derrite en vapores salados, se desgrana en espesos guisos que danzan gozosos dentro de ollas multitudinarias, se satura hasta chorrear humedad espesa, que empaña de sazón los vidrios. La cocina desfila altanera en ollas de barro que revolotean las alturas. Se embebe en la misma salsa picante que hace erupción dentro de las inmensas cazuelas. Del otro lado del pasillo se cuece un mundo fértil de sabrosa consistencia.

Yo estoy aquí, de este lado del pasillo, que como linde cruel anuncia coarta desmiembra sella delimita la mordaz prohibición.

Y las mujeres de tez curtida, rodeadas de caldos opacos; de estómagos lánguidos engañados a fuerza de guisados pantanosos, lo saben. Por eso la veta a este laboratorio de pobres manjares: por los gritos caldeados, por el calor abrasante fluyendo sobre mis cortos brazos. Por eso el pasillo ruin me relega a agria espectadora, por eso la negativa, por ese mundo fértil derritiéndose ardiente sobre mi, por el liquido untuoso carcomiendo la piel, lamiendo las facciones derretidas fundidas entre si, con el aceite burbujeante, con el calor, y con la prohibición .

Y las mujeres de rictus crudo y arrugas hondas lo saben, por eso estoy aquí arrinconada de este lado del pasillo, por que me vieron con sus ojos descreídos, y sus manos translucidas encorvadas por los años: vieron a ese torrente graso vertiéndose febril sobre mi cuerpo, vieron mi menuda silueta diluyéndose bajo óleo abrasador. Por eso estoy aquí, del otro lado del pasillo, del otro lado del aceite burbujeante, del otro lado del calor, del otro lado de la prohibición.

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