viernes, 26 de junio de 2009


Já es la mejor foto como para desearte unos felices quince mujer,
te quiero hasta el mas allá-.

domingo, 21 de junio de 2009

Ya no existía nada,
la nada estaba ausente;
ni oscuridad, ni lumbre,
-ni unas manos celestes-
ni vida, ni destino,
ni misterio, ni muerte;
pero seguía volando,
desesperadamente.
(«Vuelo sin orillas»)

Oliverio Girondo
Te amo por ceja, por cabello, te debato en corredores blanquísimos
donde se juegan las fuentes de la luz,
te discuto a cada nombre, te arranco con delicadeza de cicatriz,
voy poniéndote en el pelo cenizas de relámpago y cintas que
dormían en la lluvia.
No quiero que tengas una forma, que seas precisamente lo que
viene detrás de tu mano,
porque el agua, considera el agua, y los leones cuando se disuelven
en el azúcar de la fábula,
y los gestos, esa arquitectura de la nada,
encendiendo sus lámparas a mitad del encuentro.
Todo mañana es la pizarra donde te invento y te dibujo,
pronto a borrarte, así no eres, ni tampoco con ese pelo lacio,
esa sonrisa.
Busco tu suma, el borde de la copa donde el vino es también la luna y el espejo,
busco esa línea que hace temblar a un hombre
en una galería de museo.

Además te quiero, y hace tiempo y frío.

Julio Cortazar

Sísifo

[En el infierno Sísifo fue obligado a empujar una piedra enorme cuesta arriba por una ladera empinada, pero antes de que alcanzase la cima de la colina la piedra siempre rodaba hacia abajo, y Sísifo tenía que empezar de nuevo desde el principio]



Sus manos intranquilas se posan unos segundos sobre la mesa, luego incitada por el impúdico viento que se cuela por entre las persianas siguen su momentánea sinfonía, hacia las llaves, las monedas, la cartera, hacia el apático café diurno, con ese maña irónica a la que nos somete el destiempo. La inercia la encamina hacia la puerta, no sin antes golpear apenas el interruptor con el dorso de la mano.

El empinado epilogo de veinticuatro escalones se sucede fugaz bajo sus pies, escupiéndola de cuajo hacia una avenida colmada de cardúmenes cuadrúpedos que riñen en un coordinado vals de frenos y aceleradores. Por un segundo tiene la esperanza de encontrar el inútil sol de julio, pero un ruido hondo, como el crujido de las hambrientas entrañas de la ciudad la retorna a la realidad. La urbe apenas despierta, las legañosas vidrieras comienzan a abrirse, los transeúntes inaugurales abandonan sus tibias moradas sumidos aun en un temprano monologo.

La corta espera se reduce. Abandona la parada que, pugna con el viento por conservar el oxidado cartelito indicador de la línea del impar rodado que la engulle dejando atrás su espesa estela gris. La mece calle arriba, sumiéndola en la onírica atmósfera de sueños rancios, el bamboleo cronometrado en rojos verdes y amarillos, la carrera sin obstáculo alguno contra el irónico mounstro de tres brazos.

Piensa en lo afortunados que son aquellos que aun deleitan a la penumbra, inmutables por los ávidos peatones, eternamente apurados. Los nómadas errantes desprovistos de punto de partida, cuarteados por el frío, pueblan las plazas de improvisados lechos de madera, abstemios de requisitos a la hora de aceptar inquilino.

Ella sonríe, cómplice, cree percibir la pueril nostalgia con la que la capital despide el trajín de una noche concurrida. Se entretiene intentando deducir el distorsionado discurso que emana retorcido de los parlantes de una radio, interrumpido a ratos por cierto timbrazo urgente, una sucesión de empujones y acto seguido el golpe seco, súbito, masoquista, del caucho expandiendo sus fauces.

Se despierta y recién entonces repara en la desafinada melodía que satura colma rebosa hincha derrama la habitación, inútilmente la apaga, pues aun agrieta el silencio. Fracasa nuevamente en el intento de abotonar acertadamente su camisa. Se calza raudamente, mientras sus manos intranquilas se posan unos segundos sobre la mesa, luego incitada por el impúdico viento que se cuela por entre las persianas siguen su momentánea sinfonía.

jueves, 18 de junio de 2009

Desde lo alto,

recortándose en inmutable traslación,

grazna la traición,

impía emperatriz circundante,

de pétreo plumaje negro y garras crispadas,

acecha su única presa

un suelo translucido,

encorvado por los años,

apenas teñido por la ondulantes vetas ensombrecidas,

antes latentes

apretado de arrugas,

resignado a su función de remoto palimpsesto.

El pájaro ruin

Desciende para rozarlo en una caricia cruel

sorbiendo ávido los escasos restos

en los que se desmigajan las raquíticas entrañas,

mastica la ruina de una tierra que gesta su propia desesperación

lunes, 15 de junio de 2009


ni se te ocurra morirte a vos. . .

sábado, 13 de junio de 2009

c
“Conozco un planeta en el que vive un señor muy colorado. Nunca ha olido una flor. Nunca ha contemplado una estrella. Nunca ha amado a nadie. Nunca ha hecho otra cosa que sumas. Se pasa el día diciendo, como tú: “¡Soy un hombre serio! ¡Soy un hombre serio!”, lo que le hace hincharse de orgullo. Pero eso no es un hombre, ¡es un hongo!.”

jueves, 11 de junio de 2009

Todas las madrugadas el pueblo tiembla con el paso de las carretas. Llegan de todas partes, copeteadas de salitre, de mazorcas, de yerba de pará. Rechinan sus ruedas haciendo vibrar las ventanas, despertando a la gente. Es la misma hora en que se abren los hornos y huele a pan recién horneado. Y de pronto puede tronar el cielo. Caer la lluvia. Puede venir la primavera. Allá te acostumbras a los "derrepentes" mi hijo.

Pedro Páramo- Juan Rulfo