viernes, 24 de abril de 2009

El perenne olor a domingo puebla la habitación triste, una vez más su sonrisa cuelga insegura, de un pequeño clavo en la pared. Bajo el cual reposa el peso de una foto añeja que se deja contornear por un rectángulo de madera barata.

La contempla mientras aprieta la taza de café contra su pecho como si esto retuviera también el cálido momento. Los deslavados limites de una flor rosa recorren la tasa, Dentro la cuchara se deja ahogar y sacar a flote intentando deshacer dos terrones de azúcar, sólidos aun.

La acromática pared que es abruptamente interrumpida por el susodicho cuadrito se deja increpar por la mirada empañada de su única interlocutora, parece tan indiferente a ella como a la humedad rastrera que agrieta con gruesas venas negras sus entrañas. La figurilla blanca y fina, de huesos marcados, zambullida dentro de un buzo infinito, insiste, intentando sonsacarle el paradero oculto de todas las explicaciones.

Las pestañas se buscan en su efímero abrazo. Ya no la fortalece recorrer ese instante una y otra vez, aun así herida por una traición casi masoquista de su mente lo hace, parece rozarlo con las yemas de los dedos, con la adecuada cautela para no ensuciar el vidrio.

Piensa con alivio que pasaría si hoy la ametralladora imagen se quedara al fin sin municiones. Si las caras tan felices, como solían estarlo, se enteraran también del presente. Si su pena nunca compartida, camuflada en otro olor, se desenlazara de su piel.

sin poder eludirlo sus dedos se dejan caer sobre la foto Y el pequeño clavo dueño unánime de la pared cede, ante el peso del pasado, tan cargado ya, y la trayectoria recta lo depara en el piso donde los irregulares trozos de vidrio punzan el suelo. En un segundo la escenografía se desata con gotas gruesas que caen sobre el vidrio. El futuro es cercano y El presente es eterno. Las dudas corren a esconderse tras los zócalos, la película adopta una forma estática, como la que hace instantes perforaba la pared, los ruidos se apagan un momento, y los raídos sueños se dejan caer por las mangas. Permanece inmutable, aun cuando las pesadas agujas del reloj callan, cansadas de recorrer el mismo camino, de surcar la densa atmósfera. Baja la mirada, y se encuentra ahí, ahogada a lo hondo de ese superficial café, que bebe con fruición, tan amargo aun.

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