sábado, 31 de octubre de 2009
y voy sujeto al humo de su cuerpo.
El vapor de sus nombres sube por las cañerías de
esta ciudad vieja.
Y respiro su sangre.
Y yo aspiro la selva, y es de un trago, con borbotones,
pelos de animal y cáscaras de fruta descompuesta.
Cosas que fueron otras se deshacen en el plateado de la
noche.
Son estrellas podridas que acunan con aullidos, con un
filo vidrioso y una piedra que duele a cualquier tacto.
Vivo en esa caverna sin paredes.
En sus inscripciones lo enmarañado tiene rostro, los
perfumes gozan su fugacidad eterna.
Aún en mi noche de cemento yo respiro la selva.
Junto a mi almohada pasa un agua inquietante, turbia.
Jorge Boccanera
martes, 27 de octubre de 2009
Ama, ama, ama y ensancha el alma
jueves, 22 de octubre de 2009
1984
Winston pensó un poco y respondió: - Haciéndole sufrir.
- Exactamente. Haciéndole sufrir. No basta con la obediencia. Si no sufre, ¿cómo vas a estar seguro de que obedece tu voluntad y no la suya propia? El poder radica en infligir dolor y humillación. El poder está en la facultad de hacer pedazos los espíritus y volverlos a construir dándoles nuevas formas elegidas por ti. ¿Empiezas a ver qué clase de mundo estamos creando? Es lo contrario, exactamente lo contrario de esas estúpidas utopías hedonistas que imaginaron los antiguos reformadores. Un mundo de miedo, de ración y de tormento, un mundo de pisotear y ser pisoteado, un mundo que se hará cada día más despiadado. El progreso de nuestro mundo será la consecución de más dolor. Las
antiguas civilizaciones sostenían basarse en el amor o en la justicia. La nuestra se funda en el odio. En nuestro mundo no habrá más emociones que el miedo, la rabia, el triunfo y el autorebajamiento. Todo lo demás lo destruiremos, todo. Ya estamos suprimiendo los hábitos mentales que han sobrevivido de antes de la Revolución. Hemos cortado los vínculos que unían al hijo con el padre, un hombre con otro y al hombre con la mujer.
Nadie se fía ya de su esposa, de su hijo ni de un amigo. Pero en el futuro no habrá ya esposas ni amigos. Los niños se les quitarán a las madres al nacer, como se les quitan los huevos a la gallina cuando los pone. El instinto sexual será arrancado donde persista. La procreación consistirá en una formalidad anual como la renovación de la cartilla de racionamiento. Suprimiremos el orgasmo. Nuestros neurólogos trabajan en ello. No habrá lealtad; no existirá más fidelidad que la que se debe al Partido, ni más amor que el amor al Gran Hermano. No habrá risa, excepto la risa triunfal cuando se derrota a un enemigo. No habrá arte, ni literatura, ni ciencia. No habrá ya distinción entre la belleza y la fealdad.
Todos los placeres serán destruidos. Pero siempre, no lo olvides, Winston, siempre habrá el afán de poder, la sed de dominio, que aumentará constantemente y se hará cada vez más sutil. Siempre existirá la emoción de la victoria, la sensación de pisotear a un enemigo indefenso. Si quieres hacerte una idea de cómo será el futuro. figúrate una bota aplastando un rostro humano... incesantemente.
miércoles, 21 de octubre de 2009
Tan bajo tan bajo que las alas no puedan entremezclarse
La entrada ciento noventa es un derrame de liquido amniótico, un llanto desesperado, un auxilio mudo, una sarta de incoherencias, una idea mal ilvanada al azar, un paisaje onírico con un lago inmenso que varía su pigmentaciòn según el día , una sarta de palabras incomprensibles grandilocuentes pedantes, una historia que puja desesperada hasta arrancar de cuajo el marco de la puerta en un intento desesperado de libertad, unas notas que se repiten timidamente, un laberinto tapizado de caprichosa hiedra, una rabia ardiente que se expende desde la honda base del estomago burbujeante hasta la reseca garganta afónica y vomita aguadas palabras cóncavas y convexas.
sábado, 17 de octubre de 2009
De una carta tirada sobre la mesa sale una línea que corre por la plancha de pino y baja por una pata. Basta mirar bien para descubrir que la línea continúa por el piso de parqué, remonta el muro, entra en una lámina que reproduce un cuadro de Boucher, dibuja la espalda de una mujer reclinada en un diván y por fin escapa de la habitación por el techo y desciende en la cadena del pararrayos hasta la calle. Ahí es difícil seguirla a causa del tránsito, pero con atención se la verá subir por la rueda del autobús estacionado en la esquina y que lleva al puerto. Allí baja por la media de nilón cristal de la pasajera más rubia, entra en el territorio hostil de las aduanas, rampa y repta y zigzaguea hasta el muelle mayor y allí (pero es difícil verla, sólo las ratas la siguen para trepar a bordo) sube al barco de turbinas sonoras, corre por las planchas de la cubierta de primera clase, salva con dificultad la escotilla mayor y en una cabina, donde un hombre triste bebe coñac y escucha la sirena de partida, remonta por la costura del pantalón, por el chaleco de punto, se desliza hacia el codo y con un último esfuerzo se guarece en la palma de la mano derecha, que en ese instante empieza a cerrarse sobre la culata de una pistola.
jueves, 8 de octubre de 2009
La Disección
Pendiendo de un alambre raquítico danza en duermevela la anémica bombilla blanca en beodos bamboleos. Ilumina taciturna el abatido laboratorio. En las paredes las manchas rancias se dilatan expandiendo su contorno verdusco por entre las enmarcadas vírgenes iridiscentes* que puebla el arcaico empapelado, el corroído papel que retuerce de agonía en sus mohosos extremos. Bajo ella, Con la sutileza de un escultor, Con la pesadillesca tenacidad de un cirujano, Con la precisión matemática de un asesino, el tosco cuerpo nudoso, de contraído esqueleto ,desmenuza mínimos trofeos halados.
Las encrespadas manos comienzan la cruel disección, el tierno desmembramiento. En su éxtasis no percibe al dócil botín aun agonizante cuando separa lentamente el par de alas membranosas, bañadas de faustas escamas tornasoladas. Introduce sin perturbación alguna las ágiles tijeras de finas puntas, agudas simétricas lacerantes, en el alarvado cuerpo peludo. El ínfimo fósil rehúsa la tortura en una última convulsión exasperada. El ruin escalpelo penetra la ensortijada trompa despedazándolo insaciable, trunco únicamente al toparse con las antenas, tímidas hélices que caen inertes a los lados.
Relamiéndose, el cruelmente retorcido perfil, comienza la milimétrica punción. Engarza dulcemente la labrada crisálida acribillándola en cosquilleantes alfileres. La despolva, la sofoca encuadrándola entre espesos vidrios. La admira mientras sonríe el amargo escozor del brillo perdido, y la ubica en un hueco lúgubre que la acuna miserable escurriéndose en sollozos. Camuflándola en el cadavérico inventario, el opaco laberinto de difuntas esfinges encandilantes.
martes, 6 de octubre de 2009
jueves, 1 de octubre de 2009
“La literatura está cargada de fatalidad y de tristeza. ¿Por qué? La vida no es siempre fea. Lo que pasa es que, en el fondo, la literatura es un conjuro contra la infelicidad y la desdicha. La gente quiere ser feliz. Pero la felicidad no hay que escribirla: hay que vivirla. O por lo menos intentar vivirla. En la literatura se pone el deseo, la nostalgia, la ausencia, lo que se ha perdido o no se quiere perder. Por eso es tan difícil escribir una buena historia feliz. La historia de amor más hermosa que se ha escrito es Romeo y Julieta. Pero es una catástrofe. Ella tiene catorce años y él dieciocho, y terminan suicidándose. Qué linda historia de amor. Uno confunde la felicidad con las felicidades, con ciertos momentos transitorios de dicha o alegría. La felicidad absoluta no existe, y se escribe, justamente, porque la felicidad no existe. Existen pequeños instantes de felicidad, o alegrías fugaces, que, si se consigue perfeccionarlos en la memoria, pueden ayudar a vivir durante muchísimos años. La literatura también es un intento de eternizar esos momentos”.
Abelardo Castillo