La idea central procedía del probable sofisma: si una determinada
melodía surge de una relación entre el violín y los movimientos del violinista, de una determinada relación entre movimiento y materia surgía el alma de cada persona. El héroe del cuento fabricaba una máquina para producir almas (una suerte de bastidor, con maderas y piolines). Después el héroe moría. Velaban y enterraban el cadáver; pero él estaba secretamente vivo en el bastidor.
Bioy Casares
El martes pude Lucía. Llevaba semanas esperando esa tarde. El martes se predispuso.
El clima denso auguraba tormenta. Sentada en el desgastado cordón de la vereda esperaba; al colectivo, a los charcos, a los grises, a las nubes, a los rayos con su sinfonía de luces, esperaba, esperada. Esperaba Lucía que la tormenta que desataste limpie mi ánima del derroche ajeno, de la indiferente basura estancada. Mas nunca fuiste muchacha simple, a pesar o gracias a eso dentro de los recovecos de tu imaginación encontré lugar para asentarme, en el hueco de tus caderas, en la silueta de tus labios Lucía. Tus labios tan recorridos. Perdón - caí una vez más, en la debilidad de describirte – mejor me atengo a los hechos sucedidos aquel martes 14.
Cuando mi figura cansada bajó del colectivo eran aproximadamente las 8 p.m. Caminé las dos largas cuadras que me separaban de mi minúsculo departamento de un ambiente de la planta baja C, a paso rápido y apretado. Te anhelaba Lucía, anhelaba la tasa de café oscurísimo rodeada por tus manos, tu constante escasez de comestibles, tus pies eternamente desnudos, extrañaba esa sala, que se desmantelaba en cuestión de segundos para convertirse en habitación, en consultorio, en lienzo, en bosque, en cama y nuevamente en sala de estar del piso 11ª B de la calle Juan B. Justo, no puedo recordar el número ya que la endeble plaquita que poseía la numeración, había desaparecido la tormenta anterior. Han pasado tantas cosas desde ese momento Lucía. La tormenta anterior, algún jueves, yo estaba en el mencionado departamento, intentando obstruir la gotera que caía desde la terraza del ala derecha del edifico de la calle Juan B. Justo con papeles de diario, sobre la mesa el periódico contaba sobre crisis mundiales y campeonatos de fútbol, mientras esperaba su destino bailaba al compás del viento que se colaba por la rendija de la puerta de madera que al frente contenía el viceversico numero en relieve de cobre, o algún metal que antiguamente debe de haber sido dorado. Disfrutabas tanto el rito del derrumbe Lucía. Cuando la nítida imagen de la anterior tempestad se terminó de formar en mi mente, estaba entrando al angosto pasaje que alojaba mi casa si el pequeño habitáculo es digno de ser llamado de esa forma. Entonces algo interno que hace bastante tiempo que estaba dormido, despertó y desparramó un sentimiento de repulsión hacia esa callejuela, hacia la noche, hacia el vendaval que me destinaba a esperarlo en completa soledad, que me proponía verlo caer en cada una de sus gotas tamborillando contra el vidrio, pequeños kamicaces con completo conocimiento de su causa. Y el pernoctado estallido me impulsó hacia donde realmente deseaba. Quince minutos después, gracias a la escasez de personasen las calles -ya en sus casas preparándose para recibir el aguacero- estaba en la puerta del tu desvencijado edificio Lucía. Anhelando, romper la telaraña de tu corazón, murmurar en tu oído hasta que la calle escampada amanezca. La luz estaba dilatada, disipada por la gruesa cortina. Llame para cerciorarte de que me encontraría allí en momentos. Tu respuesta llego negativa atropellada desde el tubo de un teléfono público. El foquito que colgaba protagonista del cielo raso del departamento de la calle Juan B. Justo se apagó. En ese momento una gruesa gota choco estrepitosa contra mi nariz. En ese momento lo logré, Lucía.
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